miércoles, 2 de mayo de 2012

#012



Los que me conocen saben que soy una persona pro-entretenimiento. No pertenezco a esa pedante sección de personas que decalifican una obra, bien sea literaria, cinematográfica, televisiva o videojueguil por abandonar las pretensiones formales dramáticas en pos de un mayor espectáculo y diversión. Todos queremos volver a sentirnos niños de vez en cuando, y estas piezas realizan esa función regresiva que en los tiempos que corren se sabe más necesaria que nunca. Estas obras son de consumo rápido, no exigen al receptor un gran esfuerzo intelectual y simplemente proponen pasar un buen rato. Por eso mismo te puedo defender la narrativa de Flann O'Brien o Gilbert K. Chesterton como te puedo contar que disfruto como un idiota cuando me leo las obras de Dan Brown en menos de una semana: no hay aquí ninguna escision lógica, porque un sector no es excluyente del otro. Puedes adorar 'El Padrino' y pasártelo bomba con 'Transformers', no hay que yo sepa ninguna ley escrita o no que lo prohíba, ni siquiera las relativas al gusto, que a todas cuentas son las más ridículas que existen.

Esto viene (o más bien, no viene) al cuento del último y enésimo fenómeno literario-cinematográfico al que hemos asistido durante este último mes, 'Los Juegos del Hambre (The Hunger Games)' adaptación de la homónima novela de Suzzane Collins, y que ha traido todo los que estos booms suelen suponer: récords de taquilla mundiales, sobresaturación de todos los medios con campañas publicitarias, aparición masiva  de gigantescos clubes de fans, reedición del formato literario de la saga, y un largo etcétera que no nombraremos para preservar la salud mental del que suscribe. Con un estreno casi un mes antes al otro lado del charco, el feedback de la crítica que nos iba llegando a este país subdesarrollado culturamente apuntaba claramente en una sola dirección: Los Juegos del Hambre era un sano entretenimiento, una buena  adaptación, y todo lo que un blockbuster debe ser. Nada más lejos de la realidad, si bien Los Juegos del Hambre es una muy buena adaptación de la novela (por lo que se respeta la historia original, y aquí respetar lo diré en clave no de ser fiel al libreto, si no de no plagar esta producción de cambios absurdos), pero falla, precisamente, en ser demasiado fiel a la novela.

Y es que Los Juegos del Hambre es una novela con poco o nada de cinematográfico. Puede que muchos hayan visto en su aire distópico y en la competición que da nombre al libro potencial para fascinar al espectador, pero lo cierto es que el libro funciona por su narración en primera persona, y cuando hacemos el tránsito de una suerte de co-protagonista a un testigo presencial, la experiencia que plantea se cae por su propio peso. Cuando descubrimos el mundo a través de los ojos de su protagonista, Los Juegos del Hambre (novela) funciona, cuando lo contemplamos como un mero espectador, Los Juegos del Hambre (película) nos aburre. 

Es un error considerar que esta adaptación cinematográfica más válida por no llegar a los niveles de ridículo que otras producciones de este corte han alcanzado. De hecho, uno llega a comprender lo problemático de un rodaje que cuentan se convirtió en una pesadilla para un Gary Ross que se ve en todo momento superado por las circunstancias: su discurso cinematográfico es endeble, la cámara es un auténtico sufrimiento para el espectador y poca idea tiene de narrar, midiendo muy mal la cadencia entre las breves y confusas escenas de acción con la eternidad de algunas partes que la novela salva por lo introspectivo de ellas, pero que en la pantalla se hacen interminables. Todo esto aderezado con una dirección artística de auténtica risa, que impide que ni podamos encontrar un mínimo goze estético: el futuro aquí imaginado es hortera, impersonal, rematadamente feo.

Al contrario de lo que parece creen esos pedantes de los que hablaba al comienzo, entretener también es un arte, no vale cualquier cosa, la ausencia de pretensión de drama no garantiza la diversión, y conseguirla tiene el mismo mérito que firmar el más psicológico drama. Los Juegos del Hambre (película) convierte la maravillosa experiencia de ir al cine con una coca cola grande en un tedio, y eso es algo que debería estar penado por la ley.