El cine nos pide que hagamos concesiones. Es algo que nunca me canso de decir a mis conocidos y no tan conocidos, generalmente a toda persona con la que hablo de cine. La ficción requiere esas concesiones, y el trabajo de los profesionales detrás de ella es que estemos dispuestos a hacerlas. Por ello, cuando a pesar de ver una cinta con la mente abierta hay cosas que no podemos creernos es que algo no funciona.
Algo así ocurre con 'Primos'. La comedia de moda española durante el pasado año fue una cinta que siempre me atrajo pero que, por cosas de la vida, no he podido ver hasta hace poco. Siendo la comedia muy posiblemente mi género favorito la cinta tendría medio trabajo hecho, pero algo sucede en este film que no termino de creerme o empatizar con ninguna de las historias que me propone. No me entendáis mal, el trabajo interpretativo está de sobresailente: los tres protagonistas bordan a sus personajes, los humanizan, crean una química única entre ellos, pero a la hora de creernos las historias que nos cuentan, no somos capaces de conceder la posibilidad de que nos parezcan verosímiles. La historia principal, el hilo conductor, el elemento romántico, transcurre de un modo frenético, sin apenas desarrollo, forzado, no entendemos el por qué de lo que está pasando. Al igual ocurre con la trama de Raúl Arévalo, un auténtico robaescenas, la verdadera estrella de la cinta, cuya excesiva implicación en su trama nos chirría cuanto menos. Adrían Lastra, sin duda el mejor trabajo de interpretación de la cinta, es el único que consigue que nos creamos algo, con una historia humana y un personaje entrañable.
El no poder creernos del todo lo que 'Primos' tiene que contarnos afecta a la hora de que no sea nada más que una muy solvente comedia. Aún así, simplemente por devolvernos a un clima familiar, que nos cuenta una historia de realización, que presenta tan perfectamente los valores familiares de apoyo incondicional (¡esa primera escena!), su visionado se torna bastante recomentable.
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